Por Carlos Román
Como tantas otras veces. En los próximos días se dirimirá el futuro de Argentina.Otra vez, como a lo largo de la historia, se enfrentan dos proyectos. Esta vez, afortunadamente, por la vía democrática. El electorado, mejor dicho, el Pueblo, definirá si elige para Argentina el camino de una sumisa colonia sin moneda o el sendero de una nación con decisiones soberanas en política internacional y con desarrollo interno autónomo.
Como se ha dicho antes, no se trata de derechas e izquierdas. Esa clasificación no permite una clara comprensión. Confunde.
No es de izquierdas ni de derechas la pretensión de independencia económica o de soberanía política, como no lo es la insólita pretensión de renunciar a la moneda nacional o de privatizar todo lo que “debe ser estatal”, parafraseando a un nefasto ministro.
El rápido e indecoroso realineamiento de las fuerzas derrotadas en la primera vuelta electoral pone en evidencia la dicotomía que, desde los albores de la historia argentina distorsionan nuestra vida como sociedad. De un lado están quienes reconocen que hace falta una educación de calidad y gratuita, desde las salas maternales hasta la universidad; quienes consideran al trabajo como vía de ascenso social; quienes pretenden una posición equidistante con relación a las potencias mundiales, no cerrando puertas por alineamientos falsamente ideológicos a nadie; quienes creen que el Estado es el único garante del proceso social y de desarrollo económico con equidad y sin exclusiones.
Del otro lado la propuesta egoísta y mezquina del sálvese quien pueda. La liquidación de las empresas estatales, la renuncia a la soberanía monetaria, la pérdida territorial y marítima ante los usurpadores seculares de nuestras Islas Malvinas. El negacionismo y hasta la reivindicación del terrorismo de estado. La portación libre de armas y la venta libre de órganos. La pérdida de todos los derechos laborales, desde horarios dignos hasta indemnizaciones; desde protección de la salud hasta la jubilación. De ese lado, definitivamente, la destrucción de todo lo que conocemos como Patria.
La historia argentina nos enseña que el Pueblo no suele equivocarse. Por más que la propaganda al mejor estilo goebbeliano machaque desde los medios “ensobrados” o “encarpetados”. El ministro nazi aseguraba que había que demonizar al enemigo con términos simples y efectistas. Así, quienes defienden posturas distintas al circo dominante, serán llamados “kirchneristas”, ya que “peronistas somos todos”, como decía el General. Y las personas kirchneristas son, como se sabe, malas, feas, corruptas y más corruptas todavía. Acusaciones en espejo, como aconsejaba Goebbels: adjudicar al enemigo las falencias propias.
El pueblo no se equivoca. Nunca se equivocó. El pueblo sabe que Yrigoyen no marcó el inicio de la decadencia argentina, como asegura el insólito personaje de la motosierra, sino del cuestionamiento de la oligarquía. El pueblo sabe que Perón no era un tirano, sino un líder reconocido a nivel mundial al cual supo rescatar de su exilio y hacerlo nuevamente presidente. El pueblo sabe que la dictadura fue una dictadura y no un “gobierno militar que cometió excesos en una guerra”. El pueblo sabe que las Malvinas son argentinas y que la lucha de los que murieron en ellas no se empaña con una destilación etílica ni con una payasada mediática. El pueblo sabe que con los Derechos Humanos no se jode. Y que son 30.000.
El pueblo no se equivoca. Y así lo demostrará en el mes de noviembre.
El mes de la Soberanía Nacional.
Por Carlos Román