Quién fuera vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, suele decir que Latinoamérica tiene oleadas alternativas de gobiernos progresistas y retardatarios. La década de los noventa, la del nefasto neoliberalismo, concluyó con la aparición simultánea de procesos virtuosos que determinaron la interrupción del permanente dominio de la potencia imperial sobre nuestros pueblos con un vibrante y memorable rechazo a las iniciativas de EEUU y el fortalecimiento de alianzas regionales por fuera de las tradicionales escribanías manejadas desde Washington.
A poco de concluir esos años primeros del siglo XXI otra vez la bota imperial aplastó a los pueblos de manera implacable, sumiendo en la pobreza a amplios sectores de la población mediante golpes y sucias jugarretas judiciales. Ahora, en esta segunda década del siglo, parece consolidarse nuevamente el poder popular.
Lo cierto es que, cada vez que los pueblos latinoamericanos se empoderan plantando bandera ante la prepotencia de los poderes internacionales reaparece en la memoria colectiva la potencia de los y las hacedoras de la Patria Grande. San Martín, Bolívar, Sucre, Miranda, Güemes, Juana Azurduy, Felipe Varela y tantos otros, recuperan su lugar en la historia. Porque es en ellos y ellas que se referencia la lucha por conformar sociedades más libres, justas y soberanas. Son quienes inspiran, motivan, guían la lucha con el eje mplo de sus vidas y sacrificios.
La historiografía liberal, concebida por Mitre, deformaba un pasado glorioso de la Patria con el único objetivo de justificar las felonías cometidas por la horda “civilizadora” que se dedicó a imponer al país los dictados de Inglaterra, a través de su puerto amigo. La complacencia social lograda mediante la pedagogía del Viejo Vizcacha, que aconsejaba al hijo de Fierro para que nunca alterara la jerarquía social y económica impuesta, permitió que Argentina fuera un país sumiso, colonizado.
Pero la conciencia popular se rebeló y cuestionó. Luchó, triunfó y fue derrotada muchas veces. Pero rescató a las verdaderas figuras de nuestro pasado. Desplazó a Colón de su privilegiado sitial reemplazándolo por Juana Azurduy, otorgó centralidad a la Batalla de Obligado, reconoció la enorme dimensión de Güemes y abrazó a los pueblos latinoamericanos, hermanados en la lucha presente, en el pasado y en el destino común.
Inútiles serán los intentos por tocar esas figuras por ballenas o gorriones en los billetes: inútiles también los pedidos de disculpas a monarcas extranjeros. La angustia puede ser un privilegio de los timoratos pero nunca será patrimonio de quienes, como San Martín, abandonaron todo, salud, fortuna, familia y bienestar para sumarse a la lucha por la libertad continental.
La pedagogía de la dominación nos entrega un San Martín parcial: excelente militar y buen padre. Nos oculta un ferviente amante de las ideas liberales de la Revolución Francesa, anti absolutista; al estadista que organizó desde el gobierno de Cuyo una campaña militar de altísimo costo con expropiación de haciendas y contribuciones forzosas; un político hábil que provocó la caída del Directorio centralista y condujo la declaración de la Independencia. Nos oculta su claridad para negarse a participar en luchas intestinas. Nos escamotea el gran gesto del hombre que, ante la muerte, redactó un testamento legando a Juan Manuel de Rosas el sable que lo acompañó durante su carrera militar en homenaje a la heroica defensa de la Soberanía Nacional.
Ese es el San Martín que necesitamos para que nos guíe en la lucha. El que nos va a tutelar para acometer con éxito la próxima oleada popular y soberana de nuestra codiciada América Latina y así, de una vez y para siempre, lograr una comunidad digna que nos cobije a todas y todos.
Carlos Román
Para Palabra Activa
Ariel Mlynarzewicz.
Artista Argentino.
«Pintura de la serie “Revolucionarios”