Por Pablo Ambrosetti
El pasado 7 de julio, y ante la sorpresa generalizada, la izquierda logró imponerse en las elecciones parlamentarias de Francia. Análisis de un resultado que nos obliga a extraer experiencias.
A pesar de todos los vaticinios, errados una vez más, de las grandes encuestadoras. Más allá de los deseos de los monopolios informativos. Desmintiendo las proyecciones de los mercados y los fondos de inversión, la democracia fue, nuevamente, una indómita sorpresa.
El domingo 7 de julio el 76 % la ciudadanía francesa habilitada para votar acudió a las urnas para expresar un claro freno al Neo-fascismo. Marie Le Penn, la candidata de la ultra-derecha gala, debió reconocer su derrota en las elecciones que todo le pronosticaba ganaría de forma arrasadora. El Nuevo Frente Popular en primer lugar y el gobernante ensemble de Emmanuel Macron obtuvieron el primer y segundo lugar respectivamente, propinándole a la ultra-derecha la peor derrota del siglo XXI. Ahora bien, y no está de más preguntarlo, ¿cómo se explican esos sorprendentes resultados? ¿Cómo se entiende que en medio de una “oleada restauradora europea” Francia se presente como una excepción?
¿Por qué los franceses y las francesas pudieron lograr vencer electoralmente a la misma ultra derecha global que logró imponerse en Hungría, Austria, Grecia e Italia? Veamos…
Seguramente algunas de las variables a tener en cuenta serán la larga tradición de lucha popular que caracteriza a Francia desde mediados del siglo XVIII, la enorme fortaleza de su movimiento obrero y el protagonismo que la cultura liberal, republicana y de izquierda tienen desde siempre como eje de la identidad nacional. Sin embargo, esos mismo elementos existían hace una década cuando el Frente Nacional rebalsaba de votos a pesar de su discurso homofóbico, xenófobo y anti-semita. Es decir que, a estas características propias del ADN francés habría que sumarle otras. La enorme valentía que varios artistas, deportistas olímpicos y jugadores del seleccionado de fútbol (como el propio Kirian Mbapé) demostraron al posicionarse abiertamente contra el fascismo fue, sin duda, un elemento que influyó especialmente en el voto joven.
La novedad que partidos políticos históricamente distanciados, como el Socialismo, el Comunismo, el Ecologismo y Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon hayan logrado conformar una oferta electoral unificada fue determinante para no dispersar el voto anti-fascista.
Finalmente la decisión demostrada por líderes políticos del oficialismo y la oposición de izquierda de enfrentar conjuntamente al neo-fascismo fue, también, una gran muestra de responsabilidad.
Tal vez estas últimas sean las enseñanzas que nos dejan los resultados de Francia y que nos permiten extraer: unidad popular en la lucha contra la ultra-derecha, creación de frentes electorales amplios y plurales que expresen esa lucha y responsabilidad histórica de la dirigencia política que depone viejos antagonismos y estériles egocentrismos en pos de una causa mayor.
Celebremos Francia. Y reflexionemos Argentina.
Muy buen análisis aunque resulta difícil hacer un paralelo con nuestra realidad. Francia, país desarrollado y con alto grado de soberania, puede darse un debate entre izquierda y derecha. Argentina debe resolver primero otra disyuntiva: liberación o dependencia. El payaso que habita en Olivos con sus perros no es un fascista. Es un títere del capitalismo global. No es xenófobo. Es chupanedias del rico, aunque sea extranjero. No es nacionalista; es lame botas.
Una elección que, como dice el autor Pablo Ambrosetti, debería focalizar a los políticos argentinos, para dejar de lado boludeces egocéntricas y encarar con responsabilidad la lucha contra la ultraderecha.