El Gobierno Libertario-macrista, sigue empantanando su deslucida gestión entre “roscas parlamentarias”, brutales ajustes presupuestarios y tensiones internas. Balance de un semestre casi psiquiátrico.
Pocas cosas lesionan más la credibilidad de la política que la incertidumbre y más cuando esta se genera por la propia dinámica de gobierno. Al brutal ajuste fiscal y mega-devaluación anunciado a comienzo de año por un sonriente “Toto” Caputo se le sumó el ambicioso plan de reformas estructurales contenidas en el Decreto 7030 y la Ley Ómnibus.
Mientras que el primero fue recortado por varias acciones judiciales conocidas como “amparos” el segundo fue recortado en la negociación parlamentaria pasando de 650 a menos de 200 artículos, lo que ni aun así parecería garantizar su aprobación.
A pesar del “colaboracionismo explícito” llevado adelante por la UCR y una parte de los gobernadores del PJ (tal como lo demuestra el acompañamiento de los diputados tucumanos, sanjuaninos y misioneros) el gobierno no tiene, hasta ahora, ningún logro que exhibir ante su propia tribuna.
Ni el “reconocimiento internacional” dado al presidente por sectas del sionismo ultra-conservador, ni sus carnavalescos recitales de auto-homenaje ni la propaganda destilada desde TN y La Nación + son suficientes para maquillar la recesión económica, el congelamiento salarial y el espiral inflacionario.
La mini-corrida cambiaria de fin de mes y el conflicto de trabajadores estatales en Misiones son prueba del juego de pinzas que presiona al Gobierno Nacional. Por un lado los exportadores y grupos económicos poderosos presionan por una nueva devaluación mientras los trabajadores estatales reclaman aumentos salariales: ambos reclamos son incompatibles.
En este mismo marco los comunicadores “más cercanos” al elenco gobernante instalan con precisión quirúrgica rumores de peleas internas entre el Presidente y su Vice, posibles cambios de Gabinete y el descontento creciente que asola a Mauricio Macri por verse relegado en la toma de decisiones gubernamentales. Es decir que habiendo transcurrido apenas 1/8 del período presidencial la ultra-derecha gobernante se muestra, al mismo tiempo, cruel en su adicción ajustadora, violentamente reaccionaria en sus alineamientos ideológicos internos y externos e incapaz de lograr apoyos políticos que se traduzcan en acciones de gobierno mínimamente eficientes.
Estos son los tiempos duros que nos tocan vivir e intentar sobrevivir.
Los oscuros días en que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir. El tiempo donde crecen los monstruos.