El 14 de marzo de 1877 moría en Southampton, Inglaterra, quien fuera durante dos décadas gobernador de la provincia de Buenos Aires y hombre fuerte de la Confederación Argentina. Figura controversial, quizá la máxima del siglo XIX. Verdadera divisoria de aguas entre dos formas de entender un país recién nacido que era presa sencilla para las grandes potencias mundiales.
Su postura digna en la defensa de la integridad territorial y la soberanía ya no se discute. Quizá por esa razón, las críticas de mayor peso que se vierten sobre su gobierno giran en torno a la falta de libertades individuales y la violación de los derechos humanos, tema en el cual nadie puede estar en desacuerdo. Sin embargo, el juicio de valores que se emite hoy sobre esos asuntos fundamentales adolece de una falta de contextualización. Y de una evidente parcialidad, ya que no se juzga de igual forma a personas como Lavalle, Paz, Mitre o Sarmiento.
Cuando se critica a Rosas se lo hace pensando en su política económica, de corte proteccionista, que limitaba el ingreso de productos que compitiesen con los nuestros y que prohibía la salida de metales preciosos, moneda de cambio internacional en la época. Se lo hace pensando en el inmenso apoyo popular que recogió durante todo su gobierno, fruto del bienestar social que generaron las políticas virtuosas. O pensando en la empecinada defensa de la soberanía nacional en todos los órdenes. Es el recurso fácil de criticar lo obvio para ocultar lo trascendente.
Resulta imposible desarrollar en esta nota cada faceta del gobierno de Rosas. Prefiero, y espero que el lector/a lo acepte, transcribir algunos párrafos del Acta de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, durante una sesión del mes de julio de 1857, cuando se trataba la condena legislativa del ex gobernador.
En esa jornada se pretendía juzgar la actuación de Rosas, que hacía cinco años estaba exiliado. El diputado Félix Frías entendía que no era legítimo que sus enemigos lo condenaran haciendo uso de su posición de poder. Pretendía dejar el juicio en manos de la Historia.
Esa postura era digna. Pero peligrosa. La respuesta fue del diputado Nicanor Albarellos y de ella extractamos algunos párrafos:
“No puede librarse a la Historia el fallo del tirano Rosas”, decía, recordando que tanto Inglaterra como Francia habían saludado la bandera argentina con “una salva de 21 cañonazos…” Y le preguntaba al presidente de la Legislatura “si estos hechos no borrarán en la Historia todo cuanto podemos decir los enemigos de Rosas, si no lo sancionamos con un acto legislativo como esta ley…”
En su alegato en favor de la ley que lo condenara preguntaba: “…¿Qué se dirá en la Historia, cuando se sepa que el valiente Brown…fue el Almirante que defendió la tiranía de Rosas? ¿Qué el general San Martín… le hizo el homenaje más grandioso que puede hacerse a un militar entregándole su espada? ¿Se verá a Rosas tal como lo vemos nosotros, si no nos adelantamos a votar una ley que lo castigue definitivamente con el dicterio de traidor? No señor, no podemos dejar el juicio de Rosas a la Historia, porque si no decimos desde ahora que era un traidor, y no enseñamos en la escuela a odiarlo, Rosas no será considerado por la Historia como un tirano, quizá lo sería como el más grande y glorioso de los argentinos»
Estos fundamentos de quienes habían inventado el lawfare fueron prolijamente ocultos por los “historiadores serios”, que sin saberlo, habían inventado las fake news.
Carlos Román