Interpretar la lucha de Martín Miguel de Güemes como la defensa de la frontera norte de la Patria y a su figura como la de un caudillo local salteño es, cuanto menos, una de las tantas muestras de la soberbia habitual de la historia oficial.
Para esta versión, centralista y porteña, Salta era “la frontera”. Y por añadidura, toda guerra por la independencia que no respondiera al gobierno central era la manifestación propia de un “caudillo”, con la carga despectiva que conlleva el término en la pluma de los supuestos dueños del sentido común.
El acierto de emparentar la celebración de la Libertad Latinoamericana con la muerte del General Güemes está en dos puntos esenciales. El primero es reconocer la perspectiva de Patria Grande en la que se encuadra la lucha librada en Salta y Jujuy, vinculándola con la tenaz y persistente guerra que se venía produciendo en el Alto Perú desde bastante tiempo atrás, en las que se destacaron, entre otros líderes, nuestra Juana Azurduy y su esposo Manuel Padilla. Participaron también numerosos comandantes y caciques de comunidades originarias. Y, por supuesto, miles de humildes y anónimos hombres y mujeres del pueblo que veían en los movimientos gestados a partir de 1809 en Chuquisaca y La Paz y un año después en casi toda América, la oportunidad de sacudirse el yugo que había sometido al pueblo criollo, negro e indio a las peores condiciones de vida. Y de muerte.
No había en la lucha de Güemes una perspectiva geográfica, si bien defendía su terruño, sino geopolítica: la necesidad de derrotar al enemigo de la revolución allí dónde era más fuerte. Efectivamente, la actual Bolivia, representaba dentro del virreinato la zona de mayor riqueza y tradición; el corazón del dominio español en esta parte de América, objetivo de varias campañas militares fallidas ordenadas por Buenos Aires y rotundamente rechazadas por las tropas de la contrarrevolución. Sólo el genio de San Martín advirtió que la única forma de vencer era atacando por mar desde Chile, previo cruce de los Andes.
Por otra parte, la celebración permite la revalorización de la figura del único general argentino muerto por heridas de guerra, con apenas 36 años. Su figura aparece como una anomalía histórica en medio de doctores y corruptos que pretendían manejar los hilos de la Patria desde la ciudad de Buenos Aires, negociando deudas y derramando privilegios para pocos e injusticias para muchos. Anomalía además, porque en la lucha de Güemes había lugar para todos. Y todas. Eran muchas las mujeres, que protagonizaban hazañas cotidianas.
Como aquella María Loreto de Frías, responsable del servicio de espionaje, que coordinaba las acciones de decenas de mujeres, pobres y ricas, mulatas, indias y criollas, que apelaban a cualquier ardid para conseguir información que era depositada y luego recogida en buzones secretos y pasaba por cautelosas manos hasta llegar al General. O como el caso emblemático de Juana Moro, “la emparedada”, que había ganado su apelativo cuando fue castigada por el sus actividades a morir de hambre y sed dentro de su casa, tapiada a cal y canto. Cruel destino del que la salvaron otras mujeres que practicaron un disimulado hoyo por el cual la alimentaron hasta que la ciudad fue recuperada.
Esta celebración nos debería interpelar para pensar en la Libertad del conjunto de la Patria Grande, única forma posible para fortalecer y afianzar una alianza de naciones hermanas por su origen y su destino. Sabiendo que la Libertad, como realización comunitaria, es algo mucho más grande que el anhelo de logros individualistas y meritocráticos de cotidiana promoción televisiva a través de algunos payasescos personajes mediáticos.
Carlos Román
Para Palabra Activa