Pretender que en el difícil momento que atravesamos como sociedad, como Nación, se está dirimiendo una disputa entre proyectos de izquierda o de derecha resulta desacertado.
En la Revolución Francesa, los diputados reunidos en la Asamblea se ubicaban, según sus afinidades políticas, en distintas áreas del hemiciclo en el que se debatían las propuestas. De esa manera, los más radicalizados se habían sentado agrupados en un sector, mientras que los más retardatarios en otro, diametralmente opuesto. El centro del recinto estaba poblado por los diputados que no tomaban partido por ningún de los opuestos. Lo cierto es que los primeros, los más fervorosos, estaba a la izquierda del estrado del presidente y, lógicamente, a la derecha los otros.
La denominación de partidos de izquierda o derecha se utiliza con acierto en países del occidente europeo o en Estados Unidos. Sus ideas difieren bastante poco en los temas esenciales. Pueden cobrar más o menos impuestos internos, expandir más o menos los sistemas de salud, educación o ayuda social. Pero a la hora de tomar posturas geopolíticas suelen actuar de manera monolítica. Por caso, el demócrata Biden bombardeó países lejanos con mayor intensidad que el republicano Trump, o los líderes laboristas británicos mantienen idéntica postura respecto de nuestras Malvinas que los conservadores.
En esos países se puede ser de “izquierda” o de “derecha” porque el problema crucial de cualquier sociedad, que es la independencia económica, lo tienen medianamente resuelto.
Por estos pagos perderíamos la brújula si pretendemos analizar en esos términos nuestra vida como sociedad en general y particularmente en la coyuntura actual. Resulta difícil encuadrar a los candidatos con posibilidades de llegar a la presidencia en ese marco referencial. Es necesario entonces cambiar los términos de análisis. No es izquierda o derecha. Es Patria o Antipatria. Es Nación o Colonia. Es, en definitiva, liberación o dependencia.
Liberación o dependencia. Como lo era hace cincuenta, cien o doscientos años. Como lo será cada vez hasta que la Patria sea libre. O la bandera ondee sobre sus ruinas.
Así parece haberlo entendido la dirigencia social, gremial y política de mayor claridad conceptual que, deponiendo diferencias, se abroquela en torno a la postura que permite abrigar la esperanza de una Patria más justa y soberana. No debe entenderse como una defección la actitud de quienes en su momento estuvieron (estuvimos) distantes. Es simplemente la comprensión de la gravedad de la situación que afronta la Nación. Claramente hay dos 2024 posibles. Uno de entrega, de precarización laboral, de primarización de la economía y de restauración del vasallaje ante los poderosos de afuera. El otro, de recuperación, de desarrollo industrial y de alineamiento geopolítico adecuado en este mundo multipolar.
Que los dioses no permitan que, como en esas novelas de ficción, los personajes descubren demasiado tarde que, si en aquel momento preciso de sus vidas, sus decisiones hubieran sido otra, el presente sería dichoso.
El porvenir de nuestra Patria está en juego. Quizá como nunca antes. Quizá por última vez. Liberación o dependencia. Sin medias tintas.
Por Carlos Román
Para Palabra Activa