En un clima de creciente polarización el pasado domingo 3 de octubre se realizó la primera vuelta de los comicios presidenciales. Balance de una decisión popular que puede torcer el rumbo del continente.
Finalmente, y tras larga expectativa, el pueblo brasileño concurrió a las urnas para depositar su voto. Con algo más del 45 % de los sufragios emitidos el candidato del PT, Luiz Ignacio “ Lula “ Da Silva, resultó ser el candidato más votado aventajando a su principal oponente Jair Bolssonaro por algo más de 5 puntos. Este contundente apoyo popular no logró, sin embargo, resolver la contienda electoral en primera vuelta por lo que en menos de un mes deberá realizarse un ballotage entre los dos candidatos más votados. El histórico líder de la izquierda brasileña, y dos veces presidentes de la república, logró sobreponerse a una brutal campaña de desprestigio mediático y persecución judicial que incluso lo llevó a la prisión por más de dos años y demostrar que sigue siendo el máximo referente de las clases populares de la nación hermana. Sin embargo, y al mismo tiempo, la ultra-derecha que encarna Bolssonaro demostró contar con un apoyo electoral nada despreciable. Ni sus continuas declaraciones misóginas y racistas, ni su desastroso manejo de la pandemia de Covid que hizo de Brasil una catástrofe sanitaria a escala global ni sus constantes frases apologéticas de la dictadura y el terrorismo de Estado parecieran, hasta ahora, hacer mella en el acompañamiento que ciertos sectores de la población decidieron volcar hacia el actual mandatario. Evidentemente la alianza entre los núcleos agro-exportadores sojeros, las Fuerzas Armadas y las Iglesias Evangélicas siguen siendo un factor de poder lo suficientemente homogéneo para sostener a un personaje nefasto como Bolssonaro con expectativas reales de mantener el poder. Ante este complejo escenario el PT deberá redoblar esfuerzos para “ re-enamorar” a un electorado cada vez más desencantado presentándose como no sólo el único garante del freno a la continuidad neo-fascista sino, al mismo tiempo, como la única fuerza política que pueda resolver positivamente los problemas estructurales de pobreza, racismo, desigualdad social y concentración de la riqueza que azotan a las grandes mayorías de Brasil desde hace varias décadas. Lula y las sufrientes clases populares encaran en estos convulsionados días la tarea más importante de los últimos años, no sólo para Brasil sino para toda la región latinoamericana en su conjunto. El tiempo dirá si la alegría es sólo brasileña o “ la tristeza non tem fin”.