Por Ana Bragaccini
En esa casa hogar levantada para albergar tibiezas diarias, ternuras. Entre esas sábanas que alguna vez fueron libres y gozosas. Donde a ratos juega la niñez, avanza lo no deseado, aquel cuerpo que en otros instantes pudo iluminarla.
Comienza el atropello, un lugar muy lejos de la conciencia. Se detienen las palabras, sólo una pequeña inmensa, quiere florecer, No.
Abierta, prestada a la visita que ya no quiere invitar al banquete del sexo.
Amenazada y temerosa, tapada por prejuicios, adiestrada desde la infancia para tolerar el abuso de los más fuertes.
Pasa el momento interminable mancillada por el uso, sólo puede cubrirse con el velo arrebatado de la vergüenza que nadie verá en su cara.
Sacar a la luz es un riesgo enorme -el anillo de casada o sólo ser mujer le recuerda su lugar – y queda honorablemente callada.
Nadie habló sobre esa violación naturalizada. Nadie nombró “la palabra”.
A ella le toca tolerar. El consentimiento, el placer y el deseo son trastos viejos que caen a sus pies como aquel tul blanco del vestido engañoso.
Se repetirán los momentos de jadeos y zarpazos hasta que gane su primera batalla, agriete el muro que le cierra la boca y aniquile de modo inapelable la tortura del abuso.
Prosa Poética
Excelente texto! «…trastos viejos que caen como aquel tul blanco….»
Qué bella imagen, para una temática tan compleja como la naturalización del abuso.
Felicitaciones Ana!!!