El nuevo aniversario de la Revolución de Mayo nos obliga a reflexionar sobre un hito histórico, que representa a la vez, un valioso tesoro en la memoria popular y un gran desafío para nuestro presente. Balances y perspectivas de una patriada inconclusa.
Hace 212 años, como todos y todas bien sabemos, un grupo de vecinos y vecinas criollas lograron no sólo deponer a la decadente autoridad virreinal sino también realizar el primer ensayo de gobierno autónomo de todo el Río de la Plata. Tanto en las coloridas láminas del Billiken como en los emotivos actos escolares el 25 de mayo se presenta como el inicio de nuestro proceso independentista. Sin embargo esa fecha debería remitirnos a una memoria histórica mucho menos edulcorada: en realidad el 25 de mayo de 1810 fue un eslabón más de una larga cadena de movilizaciones criollas que a lo largo de todo el continente buscaron terminar con el parasitario poder de la corona española sobre estas tierras.
Visto así cuando hace más de dos siglos, las burguesías criollas desplazaron a los Virreyes del gobierno de Caracas, Buenos Aires o Montevideo, se daba inicio al primer ciclo emancipatorio de la Patria Grande que rompía violenta y unilateralmente sus vínculos con una potencia imperialista europea que la dominaba y la saqueaba desde 1492.
Ese heroico proceso social, si bien logró culminar con éxito el objetivo de derrotar militarmente a España, fracasó en la idea de construir una Gran Nación Sudamericana por la cual lucharon y soñaron San Martín, Bolívar y Artigas. De hecho para finales del siglo XIX nuestras jóvenes naciones independientes estaban fragmentadas territorial, social y económicamente; separadas unas de otras, con las clases populares excluidas de participar políticamente y gobernadas por una siniestra alianza neo-colonial compuesta por la oligarquía terrateniente y el imperialismo británico. Fueron los movimientos populares de resistencia, como el feminismo, el sindicalismo y el indigenismo los que iniciaron el segundo ciclo emancipatorio que posibilitó que a mediados del siglo XX llegaran al poder gobiernos populares que incorporaron a la clase obrera, el campesinado y las mujeres como sujetos de derecho. Sin embargo, como la historia es dialéctica, a la par que los sectores populares construíamos derechos sociales para las grandes mayorías, la oligarquía, el gran empresariado y el capital financiero trans-nacional, ahora aliados del imperialismo norteamericano, descargaban en toda la región su revanchismo de clase bajo la forma de golpes de Estado. El Plan Cóndor, el Terrorismo de Estado y el endeudamiento externo fueron la forma de disciplinamiento social que las clases dominantes encontraron desde el último cuarto del siglo XX hasta comienzos del XXI para re-colonizar nuestra América.
Pero los pueblos, tercos en la tenacidad de transformar la historia, supieron construir líderes y lideresas gobiernos populares que encabezaron el tercer ciclo independentista a comienzos del nuevo milenio. Lula, Chávez, Evo, Néstor y Cristina fueron, y seguramente lo sigan siendo, expresiones de este resurgimiento del destino de conformación y liberación de la Patria Grande. Esta disputa histórica aún está irresuelta y es en esta difícil coyuntura nacional e internacional que nos toca atravesar donde necesitamos librar batallas que tal vez sean decisivas.
El tiempo dirá si el 25 de mayo es una reliquia de museo o una semilla de nuevas primaveras populares.
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