Por Gustavo Zapata*
La medida de una sociedad tiene como un indicador de sus miserias y grandezas a sus propios gobernantes, a quien se elige para conducir lo colectivo, también hay otros, como el arte, la ciencia o la religión. Pero quien manda es una foto clara: quien se pone la banda al pecho y empuña el bastón, nos refleja.
Una historia de sangres y desapariciones, de bombardeos y fusilamientos al propio pueblo, de pobrezas planificadas para el disfrute de pocas y pocos no puede sino estar profundamente rota. Hombres y mujeres violentados en su niñez o adolescencia que no reconocen sus propias mutilaciones y las trabajan para comprender el comportamiento o las pesadillas que les provocan.
Nuestro lenguaje es un territorio de zanjas a cielo abierto, sentinas de resentimiento, letrinas de mezquindad. Así aprendimos y en eso nos convertimos de no mediar los libros selectos y la palabra de maestras y maestros, de una vejez sabia y generosa, de personas que dan el ejemplo de lo que es condolerse con el sufrimiento propio y ajeno, pero fundamentalmente, hacer algo que los implique en cuerpo y conciencia.
Crecí midiéndome en la sombra de un general que traicionó un juramento para construir tres patrias, jugándose el cuero junto a sus paisanos más humildes, soportados, alimentados y apoyados por sus mujeres. Luego vino el gigante cubano que estudió toda su vida mientras aprendía los palotes y la compleja tecnología de liberar a su pueblo de ser el prostíbulo de sobremesa del norte anglosajón. Y otro desmesurado, a quien le dolían todas las injusticias del mundo, hasta dejar el estetoscopio y la venda para poner la coherencia y la conciencia como fusil en la búsqueda de la liberación de un continente. Desde ahí puedo dimensionar el tamaño del flaco del sur o de la mujer con mayúsculas, capaz de asumir lo que pocos o intentar cambiar lo que ninguno.
Hoy no es con sangre con que se escribe la historia, pero cuando un maestro de la Matanza hace una huelga de hambre rodeado de sus compañeras y compañeros, o cuando un preceptor melenudo se la juega y es perseguido, ofendido y amenazado por los poderosos, sólo y nada menos que por defender los derechos de esa muchedumbre que llamamos la escuela del pueblo, yo tengo que estar ahí, con ellas y ellos. Ese es mi lugar en el mundo.
Hoy, en edad adulta puedo contemplar mis propias cicatrices con algo de comprensión y piedad. Lejos de la grandeza de aquellas y aquellos, intento que mis pasos no desanden, que mis palabras sean las correctas, tras muchos errores y con algunos laberintos resueltos. Uno, que es nadie, puede también sumar un milímetro de justicia, verdad o belleza.
Cuando miro la foto en que un desesperado a sueldo fue capaz de gatillar sobre la mejor cabeza de nuestro presente, veo el daño que nos hicieron y que no supimos enderezar. Eso es más ilustrativo que el perro fantasma aconsejando al presidente de los poderosos.
No sé si hay uno o más dioses o diosas cuidándonos. Así que agradezco al universo de causalidades o coincidencias que trabaron el mecanismo del arma. Porque puedo reconocer la decencia y la entrega de esa mujer y quizás ese sea mi único patrimonio válido.
*Secretario General de CTA
Morón –Hurlingam -Ituzaingó
No concuerdo con la extrema idealización de los escasos(casi únicos) líderes elegidos en la nota de Zapata: los idealizados quedan solos y el pueblo mucho más.
El odio a los pobres e indigentes es tan fuerte como el que soportan nuestros «líderes » y encima padecen hambre.
Claro, algún duende debe haber impedido el disparo. Pero creo que emigró, porque no se soporta la cantidad de gente, de familias que pasan hambre y frío en las veredas de Buenos Aires. Puro dolor.
La nota Dañados, Merece mi felicitacion. Me ha parecido perfecta en todo su contenino con el cual coincido plenamnte.