El pasado 1° de septiembre el fallido intento de magnicidio que sufriera CFK puso de manifiesto las profundas raíces del odio que se viene gestando en la Argentina desde hace décadas. Palabra Activa analiza el nuevo escenario que se abre a partir de este momento.
La derecha, tanto a escala global como local, es estructuralmente violenta. Esta afirmación, no devela ningún descubrimiento. Los sectores reaccionarios que abrevan en los elementos clásicos del nacionalismo xenófobo, el anti –izquierdismo y un visceral rechazo al discurso de género han descargado su ira contra la clase trabajadora sindicalizada, inmigrantes de países limítrofes, mujeres y minorías sexuales construyendo así un peligroso discurso centrado en la “ libertad individual “, la “meritocracia” y el “revanchismo de clase”.
Los pueblos originarios para Sarmiento, los militantes anarquistas para el roquismo, el “aluvión zoológico” para el partido radical agorilado o la subversión para la última dictadura fueron las víctimas históricas de esta maquinaria del terror institucionalizada en el Estado capitalista moderno.
En los últimos años la derecha criolla, camuflada bajo el rótulo de sentido común, eligió a docentes en lucha, a mapuches que reclamaban por su reconocimiento histórico y a las mujeres y disidencias empoderadas como el blanco de sus diatribas. Tal vez el gran éxito cultural de Cambiemos haya sido lograr encolumnar todos esos prejuicios de clase tras un proyecto político Neo-liberal en lo económico y neo-fascista en lo político. El atentado contra Cristina Fernández es, desde esta visión, sólo la punta del iceberg con el que amenaza colisionar el sistema político en su conjunto.
Luego del impacto social que el intento de asesinato de la vice-presidenta produjo y de una multitudinaria movilización en apoyo a Cristina ocurrida el 2 de septiembre, se instaló la ilusión de un “gran acuerdo nacional de convivencia ” en donde todo el arco político centrado en las dos coaliciones mayoritarias llegaran a establecer una especie de “consenso democrático”.
Las violentas reacciones de minimización del ataque expresadas por figuras de relieve nacional como Mauricio Macri o Fernando Iglesias, el cómplice silencio de Patricia Bullrich y Javier Milei y la ofídica editorial del diario La Nación que optó por instalar la idea del “auto-atentado” fueron muestras claras y evidentes del plan de la derecha argentina: instalar un clima de creciente violencia social, intolerancia política y lapidación pública de Cristina y sus adherentes.
Si bien, una vez más, nadie puede sorprenderse por esta apuesta es hora que el campo popular en su conjunto tome nota de un hecho objetivo e irrefutable: la derecha en su conjunto y en todas sus vertientes es centralmente anti-democrática y estructuralmente violenta y ahora, impunemente, decide mostrarse ante los ojos de la sociedad sin ningún disfraz.
No se contenta ya con presionar por una devaluación del peso reteniendo exportaciones, ni con desatar un espiral inflacionario que empobrece a diario a las grandes mayorías sino que ahora pretende dejar huérfano de liderazgo al campo popular para debilitarlo, destronarlo del gobierno en el 2023 y así poder descargar sobre la clase trabajadora ocupada y desocupada un violento programa de ajuste y saqueo. El arma que se alzó contra Cristina, debe ser vista entonces, como un atentado colectivo al que deberemos responder colectivamente con más decisión y unidad que nunca.
La bala pudo no haber salido; pero el odio seguirá siendo destilado por la misma serpiente que encuba el huevo del fascismo.