El presente se debate entre los coletazos de la pandemia que no cesa y los intentos del gobierno para reparar el daño social heredado de la administración neo-liberal. Balance de un año convulsionado.
La llegada al gobierno del Frente de Todos generó, naturalmente, una gran expectativa entre los sectores populares que habían resistido casi en soledad el saqueo macrista. Sin embargo, a menos de tres meses de haber asumido, una catástrofe sanitaria sin precedentes en la historia de la humanidad obligó a re- definir las prioridades del nuevo gobierno poniendo el acento en el cuidado de la salud de la población. Pese a las continuas maniobras de desestabilización, llevada adelante por Cambiemos sumado a los grupos económicos y los medios masivos de comunicación, nuestro país logró minimizar el impacto de la pandemia; más no así el impacto económico que las medidas de cuidado trajeron como consecuencia. El nuevo año que comenzó con un leve pero innegable repunte de la actividad económica, se vio nuevamente jaqueado por la “segunda ola de contagios“que obligó al gobierno a retomar la cuarentena sanitaria y apresurar el programa de vacunación masiva”. La negociación de la monumental deuda externa heredada, en las que el gobierno muestra una clara posición soberana y una batería de medidas de auxilio económico destinado a los sectores populares, evitaron que los ya deteriorados indicadores sociales empeoraran aún más. Es innegable, más allá de los errores que puedan y deban reconocerse, que el Frente de Todos abordó con sensibilidad social y relativa eficacia, una crisis sanitaria y económica global que viene desatando estragos en los países más desarrollados del mundo.
Sin embargo, el revés electoral del pasado noviembre, parecen mostrar una creciente desilusión y un gran descontento entre grupos de la sociedad que hasta no muy poco acompañaban el rumbo del gobierno. Esta señal de alerta, para desilusión de los sectores reaccionarios de la derecha criolla, pareciera que lejos de imponer un “cambio de rumbo” empujó a los sectores populares a recuperar la visibilidad callejera. Las grandes movilizaciones que se sucedieron desde el 17 de octubre en adelante pudieran ser una “ bisagra histórica“ que marque la reaparición del campo popular, ganando las calles y construyendo colectivamente una agenda de gobierno post-pandémica que impulse a encarar las transformaciones de fondo que nuestra compleja realidad reclaman. Pero el optimismo militante, si bien es un ingrediente necesario para afrontar con alegría las luchas cotidianas, no debe transformarse en un narcótico que nos nuble los ojos.
Argentina está en disputa, como lo ha estado siempre desde hace más de dos siglos. No podemos, ni debemos, confiar en las “buenas intenciones de los organismos de crédito internacional” que nos expolian, ni en la “responsabilidad empresarial de los grupos económicos que espiralizan la inflación”, ni en “la voluntad de consenso con la derecha criolla “que es medularmente reaccionaria y anti-popular”.
El único pacto social viable, sostenible y transparente es el que se realiza entre los sectores que componemos el campo Nacional y Popular para imponer las transformaciones estructurales que terminen de una vez y para siempre los miserables privilegios de las minorías parasitarias y construir nuevos y mejores derechos para las grandes mayorías.