Fotografía – Analía Piñeiro
Hablar de sexualidad abre siempre la propia sexualidad, la linda, la otra y los cuestionamientos necesarios para deconstruir y avanzar. La sexualidad es un instinto básico y especialmente un producto cultural, luego el ser sexuado es constitutivo de la persona humana. El cuerpo -nos dice Linda McDowell- es el primer espacio social donde se ven reflejadas las construcciones socioculturales, la autoidentidad, las heterodesignaciones con diversas escalas de opresión. Los discursos disciplinadores de ese cuerpo y la construcción de la naturaleza femenina a partir de allí, son representaciones masculinas, hechas por los hombres e introyectadas por las mujeres.
No podemos hablar de orgasmo sin meternos con el deseo y el placer. Es un fenómeno de máximo goce que puede ocurrir en el curso de un episodio de excitación sexual. Algo que podemos describir cada cual sin que las palabras terminen de reflejar aquello que vivimos. Una experiencia intransferible como ocurre con todos los fenómenos subjetivos y que George Bataille denominó le petite morte, (la pequeña muerte) haciendo alusión al breve abandono y aparente desconexión de la conciencia, una sensación de detenimiento o suspensión.
El Día del orgasmo femenino que se celebra los 8 de agosto nombra un derecho que todavía hay que defender. ¿Estamos bromeando? No. Es un símbolo más de la necesidad del reconocimiento de los derechos sexuales de las mujeres.
No hay dudas que hubo avances para despojar del control masculino a la sexualidad femenina pero nos enfrentamos a múltiples variables, disímiles y discontinuos progresos según el espacio socio cultural al que nos referimos. Transita desde la libertad sexual femenina de los países nórdicos a la situación de servidumbre de algunos países africanos y asiáticos orientados a controlar la vida privada de las personas desde las atalayas religiosas y neoliberales que se yerguen sexistas, falócratas y misóginas.
En esa gama de posibilidades se llegan a tocar vértices que para nuestra cultura representan un ataque feroz a los Derechos Humanos como es la mutilación genital femenina, una de las manifestaciones extremas de la arraigada y profunda desigualdad de género. En estas prácticas se produce la ablación del clítoris que es, justamente, el órgano humano que tiene como única función el placer y que pertenece al cuerpo femenino. Se lleva a cabo en 30 países de tres continentes distintos, 22 se cuentan entre los menos desarrollados del mundo. Por lo menos 200 millones de niñas y mujeres vivas hoy, han sufrido la mutilación genital.
Bienvenidas las luchas inclaudicables de los feminismos que sostienen los derechos a conectarse con el propio deseo, a manejar la propia sexualidad, a la no coacción, derecho al placer y a la escucha de la demanda de les semejantes. Bienvenida la ética del consentimiento y del cuidado mutuo. Bienvenida la erradicación de la violencia y el abuso sexual silenciados Y en nuestro territorio y con nuestra cultura, bienvenida la educación sexual integral (ESI) que alcance en plenitud a les adultes.
En la educación se encuentra la clave.
Necesitamos educar personas, sin géneros y sin barreras, ni imposiciones culturales. Así habrá una sociedad donde todes podrán expresar su deseo, o ser deseades, sin importar su sexo, género u otra condición.
Este espacio se abre para encontrar preguntas y no para encontrar respuestas, con una sola certeza: «el cuerpo nos pertenece».
Fuentes
https://www.unicef.org/es/protection/mutilacion-genital-femenina